1 de julio de 2017

Despedidas que Duelen (Su Historia)





De alguna manera consideraba que ninguna de las noches dedicadas habían sido en vano, inclusive, las celaba en importancia en esa bóveda llamada memoria.

Las dejaba en el vacío del tiempo, las consideraba importantes siquiera, no inútiles como se llegaría a pensar.

Su partida se dio sin aviso alguno, inclusivo, se sabía entre líneas que no se lo iba a discutir, ni refutárselo, ni pretender detener la marcha y eso claro, ella lo sabía.

En medio de la turbiedad de una despedida cínica y letal, le guardaba en silencio observándola a lo lejos, como si la habitación fuera tan grande como el universo mismo, con sus galaxias irrumpiendo en cada metro cuadrado como si fuese un infinito espacio de desolación. Silencio que gritaba en el alma, un silencio que le desgarraba la piel de adentro hacia afuero, un silencio que suplicaría que se quedase aunque sea por una noche más, jurando, así, en silencio, no tocarle nada, darle por el contrario calma y seguridad de que nada iba a ocurrir, limitando su dignidad a ser espectador en su propio dolor.

Un dolor que llevaría  a tal despedida como un acierto, acierto disfrazado de bienestar, enmarcado en una sonrisa definitiva, de esas que lo hacen sentir a uno solo, de esas sonrisas que abren las puertas mismas del paraíso.

Despedidas que duelen, porque además, deja en claro que por cada hombre en el camino, hay una mujer como ella esperándole. Mujeres que por cada camino recorrido son capaces de sonreír para dejar a cada hombre en la siguiente estación de espera logrando ocupar con un nuevo su lugar.

Puede ser otro hombre quizás, eso no lo sabemos, pero siempre ronda la interrogante de saber si es mejor persona que quien queda atrás, y es que allí, en el silencio que observa surge el reproche: - “¿por qué esta vez agachas la mirada?, pregunta más con dolor que con tonalidad en el alma.

 - ¿me pides que sigamos siendo amigos?, ¿amigos para qué? ¡maldita sea! – le refuta. Y es que no hay dolor más profundo que el de un poeta enamorado que ve su vida marcharse en las curvas del viento, quedando con ceniza en las manos de una sonrisa que solo sirve para matar. Sonrisas que se les perdonan a los amigos, porque en ellos, la ingratitud es un ingrediente necesario, pero a los amores jamás se les puede tolerar tal infracción. Es un reproche que nace y que hace que todo parezca banal, como si la naturaleza misma, el instinto en sí, lo fueran.

- Hay una cosa que yo no te he dicho aún -  le recriminó, ya casi cuando ella pasaba el marco de la puerta de salida; “que mis problemas, ¿sabés qué? se llaman: ¡tú!”
Ella lo miró fijamente, y como quien seduce la madera de la puerta apoyó su mano suavemente, acariciándola casi, con sus ojos bien abiertos prestó más atención a sus palabras mientras sus piernas ondeaban paso como fuga.

Él se hacía el valiente, se pasaba de listo en medio de su tristeza. Podía hacerse ver como el más frío e insensible de todos, pero era su mecanismo de defensa para de alguna manera, tener la seguridad que la despedida le había arrebatado.

Ella callaba, bailaba su mano sobre la puerta, esperando que él le dijera algo más, sabía que alguna vez se amaron o por lo menos, eso él lo pensaba, pero las cosas no eran así. – “lo siento, no te quiero” – respondió ella.

Se llenó de odio, de ira, sintió unirse el cielo con la tierra, la traición, la indignación, la muerte misma recorría sus venas, no sabía cómo comportarse ante tal respuesta, la veía parada en la puerta más como un extraño cobrando un servicio que como el que fue alguna vez el amor de su vida. Sufría, demasiado pensaría el cielo mismo, - ¡qué vas a hacer! – Fue lo único que se le ocurrió gritar.

Ella salió con más prisa que la que en algún momento pensó necesitaba. No quería seguir en ese incómodo diálogo de vivos y muertos, él claramente se asomó a la ventana con la esperanza de verle de nuevo, así fuese para verle partir para siempre, pensaba a sí mismo: “Busca una excusa, y luego márchate” – ya era una preocupación menos para ella, y de algún modo él solo se imaginaba en su soledad rodeado de la inspiración suficiente para escribirle un par de canciones, tratando de esconder sus emociones.

Porque para eso son las despedidas, para pensar poco, para dejar salir ese silencio de muerte, dejar pasar la vida con sus espinas, como aquella partida que se roba la historia, como el agua que pasa entre los dedos, la sonrisa misma tan definitiva.

***
De la Serie: Canciones de Amor y Otros Demonios.
Adaptación Libre de la obra: La mia storia tra le dita (1994) [Destinazione Paradiso]
Compositor: Gianluca Grignani.


AV

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