18 de julio de 2017

Disertaciones (En Otro Lugar)




Cat Nip Tea

Un silencio incómodo rodeaba la sala, estelas de luz entraban por la cortina y dibujaban en el rostro de María un reflejo de inconformidad, su cabello rizado se meneaba en un suspenso frágil, como una balada de Daniela Romo, o un poema de Octavio Paz.

Mario la observaba, se aferraba a su guitarra y dejaba fluir sus pensamientos pero no su voz. 

La observaba en silencio, como el niño regañado que solo anhela salir a correr por el campo.

- María – un esfuerzo de su voz casi inaudible pronunció el nombre de la bella dama. –Siento que me sobra la vida misma, que no la necesito ni me la puedo desprender ante tu presencia.

- Mario, sin poesía por favor. Esto es serio –

- No María, de verdad – la miraba con desespero a los ojos, como si en verdad la vida se le desprendiera de su piel. – Me sobra el sol del campo – señalaba con su mano a la ventana.

- Me sobra la luna desnuda y el manantial. El deseo mismo que la vida me ha dado en mis canciones y mis silencios – Un gemido de llanto se fugaba en la voz ronca de Mario.

- No sé qué pretendes Mario Alberto, de verdad que no sé qué pretendes. No puedes aparecerte por mi vida con poemas y líricas llenas de sentimiento cuando lo que necesitamos es hablar con lo más sensato del corazón –

- ¿Parezco un insensato María? – Su voz se quebraba. Un falsete ronroneaba entre sus cuerdas vocales, como un juego de poemas y baladas en su interior - María, me puede sobrar la vida entera si no tengo tus labios para besarlos y es que si no lo notas, tengo miles de motivos para estar triste, canciones de melancolía abundan en mi guitarra y cada día de la semana no es más que un motivo para cada lágrima que surge de mi ser –

María lo observaba con cierta mezcla de amor maternal y juicio policial. No sabía si sentirse engañada con tan bello acto de contrición o, si por el contrario era una obra  más en el largo repertorio de actuación de Mario.

- ¿Qué quieres? ¿A qué has venido hasta acá? – Preguntó María. Bien sabía que era ello pues el hierro caliente que le hacía falta a esa conversación.

- Entiéndeme María – Miraba por la ventana mientras le hablaba, observaba la cordillera y las nubes, el cielo despejado y la calma que habitaba en la calle. Otra vez se perdía en el paisaje de una ventana. 

“¿Será que nuestra gente está muerta?” se preguntaba de nuevo.

- En este momento no tengo dónde esconder mis palabras, no hay lugar en el mundo para tal fin, ni pedazo de tierra donde pueda esparcir mi llanto. Me sobran los paisajes, las huellas, el aire mismo. En serio María que no me importa si tengo que viajar de nuevo o quedarme, el poco sentido que me queda se lo estoy dando a la vida que me inspiras vivir, a ese incomprensible silencio que ahora nos confronta –

María seguía segura de que todo era un drama de Mario, sin embargo, allí donde las mujeres sienten la vida y presienten el dolor, también había algo de sinceridad que le permitía creer cada vocablo que surgía de los labios secos de Mario.

- No hay necesidad de que dejes de escribir poemas o te exilies en el último rincón del planeta, de verdad Mario que lo único que debes de hacer es rehacer tu vida, o inventarte una nueva, si es el caso –

- No María, no puedo – Una lágrima asomaba curioso en la mirada de Mario.

El hambre atacaba a María Isabel y Lucía hace nada que había partido en la misión de ir a comprar el menaje del día. No tenía más remedio que proseguir la charla con Mario y servir algo para calmar la ansiedad.

- Vamos a la cocina, de seguro algún bocadillo habrá para que podamos comer mientras llega mi hermana con la comida. No está de más tomarnos otro café –

Mario dejó su guitarra en un sillón y siguió a María hasta la cocina, sentía en sus adentros que la vida misma le dejaba de lado, perdía en su mirada el norte de su visita, se le escapaba el aire y hasta la voluntad.

- ¿Quieres otro café? – Preguntó María con la cafetera en su mano derecha.

- Si, por supuesto. Pero me vendría bien un poco de tu compañía, quizás, para el resto de la vida –

María lo observó expectante. No quería perderlo, pero no sabía tampoco como perdonarlo. Se debatía a sus adentros como una adolescente.

- Creo que por el momento podemos tomarnos otro café – Respondió.

Mario la observaba, se perdía en su silencio, se hacía ajeno a sus propias palabras, estaba en otra parte, se perdía en sus recuerdos, se untaba de melancolía hasta quedar ciego, solo asentía con la cabeza mientras observaba, porque eso era lo único que podía hacer a la perfección.

María servía otra taza de café.

***
De la Serie: Canciones de Amor y Otros Demonios.
Adaptación Libre de la obra: En el Último Lugar del Mundo (1991) [En el Último Lugar del Mundo]
Compositores: Carlos Gómez, Héctor Eduardo Reglero Montaner (Ricardo).

AV


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